Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

jueves, 7 de febrero de 2019

Lo que hace la diferencia


El doctor Martín Gil (Tito) a la izquierda junto a un miembro de su equipo médico

Por Elsie Carbó

No acostumbro a las lisonjas ni los encomios. Creo que sobran cuando se cumple normalmente con el trabajo que corresponda a las personas de bien en sus profesiones o cargos,  quienes me conocen lo saben, sin embargo, hay distancias entre los que cumplen con lo que les toca, y aquellos que, ponen siempre algo más de su interés y rubrican siempre su quehacer  en la vida con una ética superior. Les voy a presentar un buen ejemplo en el doctor Luis Manuel Martín Gil, cirujano, quien trabaja en el policlínico universitario Rampa, en el Vedado capitalino.


La historia es que fui a ver al médico por una dolencia  que me estaba molestando más de la cuenta. Había comenzado por una apacible espinilla que requería de la intervención adecuada pues no desaparecía ni con las sucesivas manipulaciones o los remedios caseros que erróneamente le apliqué. De acuerdo, entonces fui remitida a cirugía menor, en dicho policlínico, donde  trabaja desde el 2008, el doctor Luis Manuel, más conocido por Tito, como le suelen nombrar los amigos. No me gustaría que esta crónica se viera como una tarea asignada o una estadística más de apologías para la institución de la salud, estoy muy lejos de eso,  se trata sencillamente de hacer honor a los verdaderos valores que deben engalanar la existencia de los seres humanos, sobre todo cuando tienen la vida y la salud de sus semejantes en sus manos, pues bien, llegué al policlínico y fui atendida sin dilación por Tito el cirujano. Quedé complacida y asombrada, al notar que él mismo me señaló el día y la hora para efectuar la operación. Confieso que me impresionó la rapidez de la gestión y más aún su cordialidad, siendo yo una desconocida paciente  en aquella abarrotada sala de espera del salón. Escucharlo hablar con aquella amabilidad, ver la atención con la que se enteró de mis explicaciones y mis miedos, y después su sencillez, la libertad de su sonrisa y la seguridad con la que me dijo que no tenía nada que temer, realmente hace pensar que ya de por sí una atención tan encantadora nos podría hacer sentir que habremos ganado el reino de los cielos, eso sin mencionar que a la siguiente semana regresé para verificar realmente que en un santiamén aquel molesto grano desaparecería de la faz de mi rostro como por arte de magia.
Así es la razón de esta historia, por eso le debo al doctor Martín Gil, estas pocas letras para agradecerle su labor en ese equipo médico y su excelencia como ser humano. La manera con que sin la más mínima muestra de superioridad o pedantería trata a sus pacientes es ya de por sí un rasgo personal que hace el contraste entre lo ético y el desierto. Y no solo lo digo por mi experiencia,  ya escuchaba de antemano los elogios en la sala de espera cuando varios pacientes se referían a Tito con gran entusiasmo, calificándolo de buen cirujano y chévere persona. Es que en su consulta siempre hay pacientes que se fijan en todo y agradecen cuando un galeno les inspira confianza, son individuos que acuden para atenderse en cirugía menor, periférica, o en otras especialidades como la de oncología de piel, para las cuales, la experiencia de este médico, su dedicación y su popularidad entre los colegas, los amigos y pacientes, es lo que  determina a fin de cuentas el valor de la diferencia.


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