Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

lunes, 17 de mayo de 2010

Chavalonga, el último de los grandes rumberos


En la enmarañada urdimbre de rumberos cubanos de todas los tiempos, cuando se menciona a Chavalonga, es como invocar lo máximo, sin que nadie se moleste o se ofenda, porque Mario Dreke, fue el Maestro de varias generaciones musicales y quizás, el último exponente de una época de grandes artistas que vistieron de esplendor la rumba.

El legendario personaje del barrio Atarés, fundador del emblemático Conjunto Folclórico Nacional, amigo de Rita Montaner, Chano Pozo y el Benny Moré, quien asombraba por la ligereza en sus piernas, sus impresionantes figuras danzarias en la columbia, que conquistaron igual en Broadway o en Belén, no dejó seguidores ni herederos y ahora en el barrio solo a los amigos se los ve entrar por sus calles, a pie o en carro, viejos y jóvenes, músicos e intelectuales, abakuás o investigadores, para nostalgiar sobre aquellas épocas de baile y canto, de litúrgicos bembéses y guaguancós románticos, en los que Chavalonga era un rey.

La verdad que Chavalonga se perdió la era de Internet. Qué digo Internet, también la televisión y el cine, su rutilante vida y milagros quedaría solo entre los amigos, como para decir que la gloria y el olvido sería el título del todo adecuado para él, como lo fue también para otros grandes difuntos como Virulilla y Saldiguera, el dúo de oro de Los Muñequitos de Matanzas, o el Tío Tom, y otros tantos rumberos, cuyos nombres han pasado a formar parte del panteón de los olvidados, sin que mediara ni un simple diploma para agasajar sus talentos, como si la rumba tuviera que pagar ese alto precio por su origen solariego y negro.

A los genuinos portadores de esos valores culturales donde quiera que se encuentren se les debe hacer justicia, no son palabras desconocidas, se las ha escuchado muchas veces en la demagogia de un discurso y hasta se han publicado en panfletos, como constancia de que existe una intención de voluntad dispuesta para estos menesteres, sin embargo, en eso se queda solamente, y la realidad nos lleva a preguntarnos cuál es la misteriosa razón para que la música de un percusionista cubano como Chano Pozo se divulgue y se conozca solo en el extranjero.

Una triste historia común a muchos artistas cubanos que solo son recordados por la ficción popular, trasmitida de generación a generación por la tradición oral, sin que las instituciones oficiales los hayan tomado en cuenta o reconocido por sus aportes al patrimonio musical del país. Para ellos no se han hecho los reconocimientos o las medallas. Habría que preguntarse, ¿Serán estos olvidos involuntarios?.

Chavalonga, el conde Bayona, Julián, el guerrero, Caballerón, Chano, Sagua, Roncona, Eulogio el Amaleano, Andrea Baró, Malanga ya están muertos, pero ¿qué no hubiera hecho un Ray Cuder si los hubiera visto improvisar en su tiempo? Tal y como hizo con un Compay Segundo, un Ibrahím Ferrer o un Rubén González, si el tipo volviera con su varita mágica seguro los redescubriría de nuevo de entre los olvidados que aún no están muertos.


domingo, 2 de mayo de 2010

El arte siempre nos salva


Ayer fui a ver la película José Martí, el ojo del canario, que por estos días se ha estrenado en las salas de Ciudad de La Habana y, con toda franqueza, superó mis expectativas.


Ese no es el Martí que yo he llevado siempre en mi mente, fruto de imágenes, textos y estatuas de mármoles. El José Julián que aparecería en la pantalla se presentó ante mí como un descubrimiento, que no por desconocido es menos intenso, solo que éste del cineasta Fernando Pérez se me revela como un ser humano verdadero, con todos los defectos, frustraciones, temores y noblezas que cualquier niño u adolescente puede tener, lejos del endiosamiento de un individuo que a pesar de que estuviera por encima de su generación, se nos presenta de carne y hueso, real e impresionable, con defectos y virtudes, miedos y silencios, impregnado de esa temeridad a que el cineasta nos tiene acostumbrados después de Suite Habana o La vida es silbar, tan premiadas por la crítica y agradecidas por el pueblo.


La película nos muestra el entorno familiar en que se desenvuelve la vida de Martí, las relaciones con sus hermanas, con Leonor, la madre, y Mariano, el padre, quién marcaría para siempre la existencia del hijo por su ética y aquel porfiado sentido de la justicia a pesar de la disparidad de ideales. Si tuviera que señalar uno de los momentos más exaltados del filme diría que es cuando Martí expone en medio de una exaltada discusión en clase sus ideas de la libertad de opinión y de la democracia para Cuba.


Ahí está, por supuesto, la impronta de José María Mendive quién también se nos aparece con ese aire fascinante del maestro que fue en su época, un tiempo para nada balsámico o justo, donde la recreación de situaciones junto al vestuario es de sensible rigor para comprenderla. Viendo la encarnación de este personaje tan cercano a Martí me preguntaba, ¿qué habrá sido del bebé que le nació en plena guerra y que aparece arropado en sus brazos mientras los españoles golpean con furia a su puerta?


Nada, hay que verla, que la ficción se nos confunde con la realidad y nos advierte que el arte siempre nos salva a pesar de los avatares.