Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

domingo, 13 de septiembre de 2009

Esta es una cuestión de pantalones


Por Elsie Carbó

La noticia de que una mujer fue condenada a 40 latigazos por vestir pantalones me ha dejado pasmada en medio de este siglo, es que una piensa que ya esas cosas no existen o son obra de los cuenteros, sin embargo, ciertamente ocurre y creo que seguirá ocurriendo si no se hace algo por frenar esta situación que tiene sus orígenes en las raíces de la historia.

Esta mujer de quien hablo se llama Lubna y ya es un símbolo en Sudán. Le conmutaron la pena por una multa y pasó 22 horas entre rejas. Su lucha se ha convertido en una esperanza para muchas que viven bajo un régimen machista e integrista.

Lubna Husein tiene 34 años y fue detenida en julio como ya les dije por su “vestimenta indecente”.

La condenaron a recibir 40 latigazos por llevar pantalones. Se negó a aceptar la pena y emprendió su lucha. Renunció a la inmunidad que le otorgaba su trabajo en las oficinas de la ONU en Jartum para encarar la pelea a cara descubierta. Pero ella se negó a pagar la multa para forzar su entrada en prisión y hacer así aún más visible su lucha.

El Sindicato de Periodistas Sudanés, próximo al Gobierno, pagó la multa para frenar el efecto bola de nieve mediático.

Por esta razón hay muchas probabilidades que su vida esté en peligro, más que importa una vida de una mujer en Sudán, si hay una guerra diaria entre ellas y la policía especial que siempre termina con esta última de vencedora.

El origen de este episodio kafkiano se sitúa en una plácida noche de julio, cuando ella asiste al concierto de un cantante egipcio en un restaurante de Jartum. Llega la policía especial y detiene a 13 mujeres por llevar pantalones. Diez se declaran culpables y reciben 10 latigazos cada una, más una multa de 75 euros. Lubna se planta y esa noche se va de nuevo al restaurant donde la detuvieron para continuar con su protesta.

Ahora dice que está contenta e infeliz por la solidaridad y el apoyo que ha obtenido, que ha llevado a los tribunales a anular el castigo de latigazos y a los amigos del Gobierno [el Sindicato de Periodistas Sudaneses] a pagar la multa y, por ende, posicionarse contra el artículo 152 del código penal [referido a la vestimenta indecente]. Pero infeliz porque ese artículo se sigue aplicando en los tribunales especiales y porque hay cientos de mujeres en prisión por culpa de estos tribunales.

En la carcel vio muchas mujeres que habían sido azotadas. Comenta que había una chica que había recibido 20 latigazos por llevar pantalones. Le quedan tres meses más porque se defendió del policía que la quería detener.

Y explica que en los últimos 20 años hay una guerra diaria entre mujeres y hombres de la policía especial. Nuestra sociedad trata mal a las mujeres. El culpable es el Gobierno de Bashir.

Lubna cuenta que los cuerpos de policía especial hostigan a las mujeres y persiguen a aquellas que llevan pantalones desde que Omar al Bashir llegó al poder, en 1989. Dice que las detenidas son conducidas a tribunales especiales en los que muchas veces se les niega la posibilidad de defenderse. Es lo que le ocurrió a ella en su juicio.

Los latigazos son un insulto, una humillación. Hay policías que te piden dinero para eximirte de ellos. Dice.

Manal Khugali, letrada que asistió con ella a los juicios, cuenta por teléfono desde Jartum que Lubna es una mujer muy fuerte. "La mayoría de las mujeres de Sudán la ven como una heroína, como un modelo", asegura.

Lubna se declara musulmana, buena musulmana. Perdió hace cinco años a su marido, por una insuficiencia renal. No tiene hijos.

Como esta mujer hay cientos, miles en el mundo entero, quizás nadie las llegue a cuantificar, que sufren el dolor y la humillación del machismo y la violencia de género. Ella seguirá viviendo en su país. Luchará contra ese artículo del código penal, y contra la existencia de tribunales especiales y policías especiales, nosotras, también desde aquí, como mujeres, y particularmente como periodista, estamos en el deber moral y emocional de apoyar su lucha, no solo para que pueda usar pantalones, que es lo menos importante en este caso, sino para que tengan el lugar que merecen en la sociedad.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El que fue a Sevilla perdió la silla

Elsie Carbó

No es solo un juego que se decía cuando éramos niños, es una triste realidad que hoy recuerdo cuando pienso que el desarrollo de las buenas relaciones es imposible con individualismos y rupturas de la solidaridad, y eso marca a casi todos nuestros pasos en la vida, pero solo voy referirme a un detallito, ínfimo si se quiere, en esta irrefragable maquinaria del universo donde aquellas personas que deciden regresar, después de estar viviendo un tiempo en Miami no encuentran asidero.

Porque a veces para quien retorne el panorama se presenta negro y con pespuntes grises, como dice mi amiga XY, quien volvió hace tres meses de Estados Unidos, luego de pasar cuatro años lidiando con una serie de problemas familiares y económicos que la hicieron arrepentirse de su decisión inicial.

Realmente ella aquí no confrontaba grandes dificultades, trabajaba y era dueña de su vivienda, pero tenía dos hijos y sus cariños divididos, por lo que enrumbó al norte para estar con el más pequeño, dejando al de Alamar dueño de su vivienda, (requisito indispensable) de su cama, de su fogón y de todo lo que había acumulado en treintaypico de años de sacrificio. Ahora éste tiene otra familia y no está conforme con el regreso de su madre.

Puede haber un sinnúmero de explicaciones, y otros tantos si se quiere de culpas propias y ajenas, pero solo quiero interiorizar y comprender qué ha ocurrido en nuestra sociedad para que los emigrantes que deciden regresar, sin entrar a juzgar los motivos por los que se fueron, no puedan vivir legalmente en el mismo lugar que antes habitaban como propietarios.

Si toman la decisión de regresar, que no son unos pocos los procesos que enfrentan las autoridades, pues conozco de otras mujeres a quienes además de aceptarlas de nuevo oficialmente, devolverles su chequera, (en los casos que sean jubiladas, como mi amiga XY que ya tiene todo eso en sus manos), o reincorporarlas al trabajo, debe haber alguna ley o disposición que las ampare también para que tengan derecho a vivir en la misma casa que dejaron, sin que algún pariente le cuestione ese derecho.

¿Cómo se podrá resolver este dilema? No lo sé, tampoco es fácil, solo imagino lo triste que debe ser para quien retorna y no hay nadie ni nada esperando, como un castigo organizado, sobretodo si fue esa persona que tanto se “mató” afuera para enviar la remesa mensual a los familiares.

Habría que estudiarse que se hace legalmente en estos casos para que no sigan habiendo madres que no encuentren sosiego, como le ocurre a XY a quien la vida se le ha convertido en un calvario sin saber qué hacer luego de enfrentar allá y aquí tantos egoísmos y tan poca solidaridad.

Estoy como quien dice, desapolillando en esos archivos resguardados de la vista pública que muchos no querrán reconocer, pero la verdad es que todo esto me resulta tan absurdo en nuestras vidas, y hay tanto dolor de por medio, que no solo el que fue a Sevilla perdió la silla.